viernes, 17 de junio de 2011

Alejandro Modarelli - Página 12

Con picos y palas, los bi?grafos rondan ?ltimamente la zona de las tumbas m?s c?lebres y van sacando uno por uno a cada muerto de su closet. Descubrir que un h?roe nacional o mundial era gay, que la madre de la patria era lesbiana, genera tanto morbo como el ?ltimo esc?ndalo del reality de turno. Siempre hubo biograf?as encargadas de revelar post-mortem alg?n secreto bien guardado, pero hoy la reinterpretaci?n de gestos y papeles ?ntimos en clave de sexualidad disidente camina sobre esa delgada cuerda que va de la banalidad a la visibilidad. Gandhi, Gabriela Mistral, Malcom X, Katharine Hepburn, Fernando Pessoa, est?n afuera ahora. Y todo indica que seguir?n las firmas...

Si los secretos cada vez m?s cortoplacistas de los vivos renombrados ya no alcanzan para cubrir la demanda popular de asombro, y ni los paparazzi que descubrieron a Juanita Viale embarazada en el supuesto coche del adulterio garantizan dos meses seguidos de esc?ndalo, ?chese entonces mano a los de los muertos, que al menos no han renunciado del todo al capital del misterio, y si algo los ofende sabr?n pasarlo por alto.

Se?ales para la posteridad (aunque m?s no fueran nuestros propios huesos) nunca faltar?n. Por un involuntario apego a la memoria de la especie, ricos y pobres, queer y straight, siempre dejamos alg?n testamento sin abrir en el caj?n de las evidencias. Otros ser?n los encargados de la b?squeda. Y cuando los expertos en vidas famosas se convierten en su albacea, los muertos ya no se salvan de ser reinterpretados: ?Por fin se conoce la verdad: la santita era una torta?, aunque esa verdad tiene como fecha de vencimiento la firma de un nuevo contrato editorial de otro experto para contar una nueva versi?n de la historia.

En la industria de la intimidad, hasta los muertos c?lebres necesitan revalidar su t?tulo cada tanto ante el Comit? de la Banalidad Medi?tica. Cada nueva biograf?a aporta agujeros negros reproducidos por todos los diarios, canales de noticias y revistas, porque la arquitectura publicitaria de una vida necesita de permanentes demoliciones y reconstrucciones. ?Los muertos c?lebres querr?n realmente descansar en paz?

Cuando hace unos meses muri? Mar?a Elena Walsh, parece que no muchos de los que hab?an aprendido junto con el uso de la cuchara las letras de sus canciones, sab?an que la gran poeta hab?a sido lesbiana. Una maestra, vecina m?a, quiso entrar en contacto con la familia de la difunta, porque buscaba permiso para un nuevo nombre que poner a su escuela de ni?os con capacidades diferentes, y qu? menos que el de aquella mujer que esa semana, ya muerta, era la m?s respetable figura de los noticieros. Me dijo: ?Pero esa compa?era de toda su vida, con la que hab?a que hablar del asunto, la fot?grafa, ?qu? se supone qu? es; es una carta que la vieja ten?a escondida, una rareza de bohemia? Pero no me digas que la Walsh...?. Y as? en tantas oficinas, cenas y almuerzos familiares, la compa?era de alcoba ?la carta escondida que jam?s estuvo escondida? fue interpretada apenas como una hermana del coraz?n, casi su bast?n para el c?ncer de huesos, porque no injuriemos con suposiciones obscenas a un alma tan bella y tan muerta. La maestra de la escuela diferencial acudi? a la reputada fot?grafa con trabajado cosmopolitismo, propio de la era del matrimonio igualitario: ?Usted, Sara, que sabe mejor que nadie c?mo Mar?a Elena amaba (como yo) a la infancia argentina, amaba al diferente, y lo digo con admiraci?n, al que vive su vida con libertad, usted entender? lo que significa este pedido?.

Imag?nense ahora, a modo de hip?rbole, c?mo reacciona no ya el pa?s de Mar?a Elena Walsh sino el planeta todo cuando se trata de espiar el boudoir nada menos que de Mahatma Gandhi, ahora que se ha revelado una carta suya de 1914 dirigida a su ?ntimo amigo de juventud en Sud?frica, Hermann Kallenbach, arquitecto, fisioterapeuta y, ay, deportista: ?C?mo has tomado completamente posesi?n de mi cuerpo. Esto es una verdadera esclavitud... tu retrato es lo ?nico que tengo sobre la repisa de la chimenea en mi dormitorio?. Eso escribe. Eso deja escrito. En un art?culo publicado en el diario espa?ol El Mundo, Aitor Hern?ndez-Morales asevera que, en otra carta, Gandhi le confiesa a Kallenbach ?respiren fuerte? que piensa en ?l ?cada vez que hace uso de la vaselina?. Digo: aquella completa ?posesi?n del cuerpo?, y esta otra referencia a la vaselina, ?tendr?n relaci?n con las pr?cticas del masaje, la fisioterapia y esas cosas o, m?s bien, con la flan?urie anal? En este ?ltimo caso, y como huella ?ntima para la posteridad, la exaltaci?n de la vaselina ser?a el triunfo de la qu?mica sobre la moral victoriana.

Los esfuerzos de Gandhi por liberarse del fervor sensual que le produc?a el alem?n habr?n inspirado veinte a?os despu?s su adhesi?n sin atenuantes a la doctrina del celibato, el brahmacharia. Ya mucho antes de Kallenbach, el pacifista hab?a experimentado la culpa sin expiaci?n por haberse entregado a la c?pula animal con su esposa Kasturba mientras, sin saberlo, se mor?a en el cuarto de al lado su padre agonizante. Con esta imagen sacrificial del placer (la ?doble culpa?, confes?) no le qued? al hombre mejor programa que reproducirse para cumplir con la especie, aunque el primer embarazo de Kasturba, producto de aquella noche infame, hubo de ser testimonio terrible de la culpa (?la pobre criatura que tuvo mi esposa apenas lleg? a vivir tres o cuatro d?as. No pod?a esperarse otra cosa?). Despu?s de algo tan traum?tico habr?a, pues, que ejercitarse contra toda forma de concupiscencia, incluso aquella que el uso de la vaselina favorece.

?Ten?a Gandhi diecis?is a?os cuando se produce la muerte de su padre. El acontecimiento, doloroso de por s?, deja en ?l profundas huellas. Constituye, seg?n sus palabras, una verg?enza que le atormentar? siempre. La vida de Gandhi fue una continua lucha contra su confesa sensualidad. Ten?a el convencimiento de que todo lo relacionado con el placer, y especialmente lo sexual, atentaba contra el logro de la verdad, considerada por los hind?es como meta final en la b?squeda de Dios.? La cita corresponde a la biograf?a Gandhi, escrita en 1984 para Ediciones Urbi?n por H?ctor Anabitarte y Ricardo Lorenzo Sanz, antiguos militantes del Frente de Liberaci?n Homosexual exiliados desde los a?os ?70 en Espa?a.

Hubo, sin embargo, quien no crey? en la capacidad de ahorro de energ?a seminal de Gandhi y renunci? a ser su disc?pulo, como el esten?grafo Parasuram, que encontr? al Maestro acostado con la sobrina nieta, los dos desnudos. No quiso o?r, el alumno, sobre el ejercicio espiritual de autocontrol del docente. Esto ya es demasiado, habr? pensado; la pr?ctica del celibato del Maestro no respeta ni la prohibici?n del incesto. Como el tama?o del pene, el dominio sobre los placeres del cuerpo tambi?n debe ser verificable.

Un forista comenta en un matutino hist?rico: ?Parece que Gandhi de jovencito se la com?a doblada?. Y ?no se trataba precisamente de alimentaci?n vegetariana?. El chistecito del hom?fobo (estamos en la era del fascismo zumb?n) encuentra apoyo, hay que admitirlo, en la foto de los dos amigos juntos en Sud?frica, multiplicada en estos d?as por los medios de comunicaci?n. Y autoriza bromas berretas, a pesar de los que invierten en desmentidas. Vista en la era de la sobreexposici?n gay, la imagen del Padre de la India moderna sentado junto al chongo alem?n parece una operaci?n de prensa contra la heterosexualidad. Sus piernitas cruzadas en contraste con las gruesas piernas abiertas del compa?ero adorado notifican la atracci?n de los opuestos. Y el semblante de apogeo hormonal, si es que se pretend?a la discreci?n, parece explicar el momento afectivo de la camarader?a mejor que los ep?grafes. No confundir la alegr?a ang?lica del Maestro con una renuncia, dir?n los bien pensantes.

El enojo de la India con Joseph Lelyveld, el autor de la reciente biograf?a Great Soul: Mahatma Gandhi and his Struggle with India (que se traduce algo as? como Gran Alma: Mahatma Gandhi y su lucha junto a la India) pasa por alto el admirado retrato del l?der pacifista s?lo para concentrarse en la transcripci?n p?blica de una carta que estuvo siempre a la vista de cualquier investigador, como la carta robada de Poe. ?Qu? es lo que entonces se ha descubierto sobre una evidencia si no su posibilidad de ser interpretada ahora por los medios de comunicaci?n con mucha m?s astucia que por el mismo bi?grafo que niega haber pensado que Gandhi era homosexual o bisexual? Ni siquiera ser?n las protestas del psicoanalista Sudhir Kakar, que escribi? sobre la sexualidad de Gandhi, quien llene ahora de sentido la carta a Kallenbach: ?Interpretar que fueron amantes es err?neo. Los grandes objetivos de Gandhi fueron la no violencia, la verdad y el celibato. La idea hind? es que la sexualidad tiene esa energ?a elemental que se dispersa. Gandhi cre?a que su poder pol?tico proven?a del celibato?. Una vindicaci?n as? traza otro dilema que excede la carta: ?es la cama compartida, el coito, la vaselina, lo que certifica finalmente la verdad del deseo homosexual, o basta apenas con ser acosado por ese mismo deseo inmaterial para conseguir el pasaporte a Sodoma?

Pero entonces ning?n

pasado es venerable

?Dejen a la Madre de Chile descansar en paz, p?! Ahora resulta que Gabriela Mistral era lesbiana, es lo que faltaba. Con Pinochet en La Moneda, la homosexualidad seguir?a siendo ma?a extranjera. Igual, da igual, que para eso estamos en democracia y que cada uno con lo suyo, siempre que se respete al que lo ve distinto. Y que devota de la almeja o no, como devota fue de Dios, sentada a Su Derecha la Gran Gabriela sigue siendo el mayor capital invertido por Chile en el mercado internacional de las celebridades.

Que la administraci?n de su fama de Nobel haya pasado de la dictadura a la Concertaci?n Democr?tica no aport? mayor franqueza: ni el libro de la puertorrique?a Licia Fiol-Matta de 2002, ese de Una madre queer para la Naci?n..., ni el reciente proyecto cinematogr?fico La pasajera, de Casas y Labarca, donde la antigua maestra rural termina su vida en brazos de una mujer, consiguieron palco en el panorama cultural chileno. Uno pas? casi inadvertido, el otro fue censurado mientras era concebido, y el gui?n march? enseguida al dep?sito de los descubrimientos inconvenientes. Del ensayo de Fiol-Matta hab?a que cuidarse sobre todo del t?tulo, y poner el libro invertido en los anaqueles m?s discretos. En cambio no hay honra que se salve cuando el ojo del p?blico ?ese tirano vulnerable? decide confundir a la actriz con el personaje real. Y si la Gabriela Mistral ficticia llena la pantalla del cine con besos a otra actriz que hace de su amante y albacea, la bomba ya habr? explotado. Los efectos de verdad masiva de la letra escrita son peque?os junto a los que provee el drama cinematogr?fico.

No importa que la poeta haya dejado (mal) cerrados los cajones de su orientaci?n sexual. Con los archivos desclasificados, se desclasifican tambi?n las virtudes indiscutidas. Aunque nadie duda ya que el gran amor de la Mistral fue su albacea Doris Dana (?Nuestra relaci?n lleva siete a?os, y hay que cuidarla. Porque es delicada esta cosa del amor?, le dice), la Sociedad de la Decencia en Democracia contribuye ?ltimamente a la hipocres?a con nuevas hip?tesis. Ya que no tenemos salida, dicen los socios, ya que el argumento de una prensa falsaria al servicio del morbo no convence, mejor admitamos que la Madre de Chile fue lesbiana.

Una lesbiana, s?, pero que seg?n escribe el escritor chileno Luis Vargas Saavedra, en El Mercurio, ?no estar?a hoy dispuesta a amadrinar las banderas de las organizaciones de derechos humanos de gays, lesbianas? (el autor se olvida, claro, de las periferias del concepto. Imagine usted que la muerta ilustre pudiera convertirse adem?s en madrina de las insignias trans).

Con su hip?tesis, el escritor hom?fobo que hace de ventr?locuo de la poeta mayor la pone a jugar en el campo de la pol?tica Glttbi s?lo para negarnos el derecho a sacar fuerzas del pasado. Mientras parece acudir a gusto y piacere a la f?rmula b?blica ?que los muertos entierren a sus muertos?, pretende apoderarse del cad?ver de Gabriela Mistral para volver a enterrarlo en su propio jard?n. As? prolonga en la conjetura, en el verbo condicional, el secuestro de la memoria de una mujer que vivi? una ?poca de obligado silencio p?blico, y hasta de obligada traici?n a aquello que fue reci?n, bastante m?s tarde, una causa colectiva de justicia que ganar. Que se hizo famosa en tiempos en que una escritora soltera era todav?a una t?a virgen a la que los hombres le interesaban menos que los libros o el bolet?n de los sobrinos, y si Chile hab?a decidido otorgarle el t?tulo de Madre era por la decretada austeridad de su cuerpo en un pa?s austero, por su profesi?n de maestra que el esfuerzo y la resignaci?n santifican, y por ese parto de cultura sin pecado original en una tierra flaca y alargada en los m?rgenes del planeta, que a trav?s del Nobel triunfaba en una guerra contra la intrascendencia.

A diferencia de la ?ltima biograf?a de Mahatma Gandhi, el outing de Gabriela Mistral dista mucho de la revelaci?n de un secreto que fue vivido en su intimidad como verg?enza. Porque la poeta tuvo una pareja hasta su muerte, en Estados Unidos, y no puso reparos en compartir con ella su casa y legarle su propia memoria. Quien no se asumi? p?blicamente como lesbiana, y as? Chile pudo mantenerla como instituci?n, eligi? en cambio como heredera universal a la que le dedic? buena parte de la vida, y dej? para la posteridad las cartas de amor (?Cuando t? vuelvas, si es que vuelves, no te vayas enseguida. Yo quiero acabarme contigo y quiero morirme en tus brazos?).

Si el t?rmino outing equivale a dejar de golpe desnudo al tapado, en el caso de los muertos famosos el ejercicio de esa violencia corresponde a esos okupas de la experiencia, que son los expertos en celebridades. A m? se me hace que a Gabriela Mistral, en cambio, nadie le hizo un outing. Que ella misma esper? cincuenta a?os de eternidad para hacer su propio coming out victorioso de la mano de otros gays, de otras lesbianas, y que el art?culo de El Mercurio busca sin ?xito impugnar el valor del gesto. Como si muerta, uno cree, la Madre de Chile que tanto critic? a Chile (?viv? aislada en una sociedad analfabeta cuyas hijas eduqu?) buscara ser salvada, a trav?s de las propias huellas, de la admiraci?n pudorosa de algunos reverendos vivos.

Aunque la revelaci?n de una sexualidad no haya sido en ellas un objetivo de mercado, las minuciosas biograf?as de Mahatma Gandhi y de Gabriela Mistral tuvieron que ser generosas y abrirse a la feria de los chismes masificados. Porque lo que ahora se censura en los medios es la mala distribuci?n del esc?ndalo, y un buen editor debe estar siempre atento cuando la infidencia relativa a una celebridad de la cultura amerita su ingreso a las secciones Sociedad y Espect?culo de los diarios.

Otras biograf?as, en cambio, se centran obsesivamente en la vida sexual y hacen con eso la autopsia p?blica de su biografiado. Entre estas historias de tiro al blanco resultar? obligatoria para los apasionados por el star-system la lectura de Kate: la mujer que fue Hepburn, publicada no hace mucho.

En Kate..., William Mann revela ?detalles escabrosos? de la actriz muerta en 2003, que se consign? como la eterna soltera, y que ?dice? no era sino una lesbiana en el closet enamorada durante cuarenta a?os de su asistente personal, Phyllis Wilbourn (?Phyllis y yo somos un solo cuerpo, una sola persona?) y con quien Spencer Tracy ?un alcoh?lico y maric?n en las sombras, como corresponde en esta clase de biograf?as industriales? comparti? la alcoba s?lo para intercambiar relatos de sus aventuras homosexuales individuales: ?El papel que mejor ejecut? Kate fue el de amante de Tracy?.

Fernando Pessoa, casi una biograf?a (Editorial Record, 2011) asegura al brasile?o Jos? Paulo Cavalcanti Filho, miembro de la Academia de Letras de Pernambuco, un porcentaje considerable de debate acad?mico, m?s all? de la secci?n Sociedad de la Folha de Sao Paulo. Escribe en su libro que el incre?ble lisboeta ?nunca tuvo relaciones sexuales? con su pareja Ephelia Queir?s, y pone en duda la heterosexualidad de quien dec?a ser de oficio poeta y fingidor, adem?s devoto de la Santa Kabbalah, y uno de cuyos 77 heter?nimos (especie de alter ego en los que Pessoa se desdoblaba), Alvaro de Campos, confesaba haber escrito un poema dedicado a un jovencito que hab?a amado en Inglaterra, pero que nunca se decidi? a mostrar.

Desde Safo, la poes?a cuadra seguido en el icono homosexualidad, y hasta los puritanos yanquis tienen que pasar por alto la debilidad del poeta patrio, Walt Whitman, por chongos magnos descansando en las praderas despu?s de la ?ltima batalla.

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